del tener al ser
esfuerzo. Es una idea tan extendida que no necesita de larga explicación. Convencemos a nuestros jóvenes, les rogamos en realidad, que se instruyan. Pero, en nombre de la autoexpresión, de la anticompetividad y de la
“libertad”, hacemos toda la enseñanza lo más fácil y agradable que podemos. La única excepción son las ciencias naturales, en las que sí se persigue una competencia verdadera y en la que no se puede dominar una materia en
“clases fáciles”. Pero en Sociales y en las asignaturas de arte y literatura, así como en la enseñanza primaria y secundaria encontramos la misma tendencia: “tomalo con calma, no te rompas la cabeza”. Del profesor que insiste
en el trabajo se dice que es “autoritario” o “chapado a la antigua”. No es difícil descubrir las causas de esta tendencia. La creciente demanda de técnicos, de personas
semiinstruídas, en la industria de servicios, desde auxiliares hasta puestos intermedios, requiere los conocimientos superficiales que proporcionan nuestros centros de enseñanza. Y en segundo lugar, todo nuestro sistema social se
basa en el falso principio de que a nadie se le obliga a hacer lo que hace: si lo hace es porque le gusta. Esta sustitución de la imposición franca por la oculta se manifiesta en todos los terrenos vitales: la violencia se disfraza
de asentimiento y el asentimiento se consigue mediante la sugestión de las masas. Esta idea del estudio sin esfuerzo tiene otra causa: el progreso técnico ha disminuido, de hecho, la cantidad de
energía física que se necesita para producir mercancías. La primera revolución industrial, sustituyó la energía animal y humana por la energía mecánica. La segunda revolución industrial entrega el pensamiento y la memoria a ...
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