el cerebro
Todo galanteador, fuese viejo verde o joven sarmiento, sentíaseirresistiblemente atraído como medianímicamente inspirado
para dirigirle los piropos. Y ella delante y él detrás, caminan y camina, sin que ella alterara su ritmo pero sin dejarse nunca alcanzar ni disminuir la distancia de una vara a lo sumo; pues bajo no se sabía qué influencia, el acosador no podía avanzar a franquear esa distancia.
Y camina, camina, la damita cruzaba célere con la pericia de unabuena conocedora de los vericuetos, siempre por callejones y encrucijadas, sin franquearse a calles anchas. Zas… zas… las almidonadas arandelas de su pollera unas veces. Suas… Suas...
suas… losrestregos de sus sayas de tafetán, otras, pues nunca se repetían sus trajes, salvo la manta o el velo.
Sólo pequeños esguinces de su gallarda cabeza, como animando a seguirla: sólo algo así como el ecoimperceptible de una
ahogada sonrisa juvenil, eran los acicates del galán que se empecinare en seguir a caza tan difícil. Y cosa curiosa: a su paso los rondines dormían, si alguno estaba en lacalle; y nadie que viniera de frente parecía verla: la visión era sólo para el persecutor, que ya perdida la cabeza y el rumbo, seguía inconsciente, hipnotizado, cruzando callejas y callejas sin saber...
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