El nombre de la Rosa

Páginas: 14 (3373 palabras) Publicado: 20 de octubre de 2013
PROLOGO el nombre de la Rosa
En el principio era el Verbo y el Verbo era en Dios, y el Verbo era Dios. Esto era en el principio,
en Dios, y el monje fiel debería repetir cada día con salmodiante humildad ese acontecimiento
inmutable cuya verdad es la única que puede afirmarse con certeza incontrovertible. Pero
videmus nunc per speculum et in aenigmate y la verdad, antes de manifestarse a caradescubierta, se muestra en fragmentos (¡ay, cuán ilegibles!), mezclada con el error de este
mundo, de modo que debemos deletrear sus fieles signáculos incluso allí donde nos parecen
oscuros y casi forjados por una voluntad totalmente orientada hacia el mal.
Ya al final de mi vida de pecador, mientras, canoso y decrépito como el mundo, espero el
momento de perderme en el abismo sin fondo dela divinidad desierta y silenciosa, participando
así de la luz inefable de las inteligencias angélicas, en esta celda del querido monasterio de
Melk, donde aún me retiene mi cuerpo pesado y enfermo, me dispongo a dejar constancia
sobre este pergamino de los hechos asombrosos y terribles que me fue dado presenciar en mi
juventud, repitiendo verbatim cuanto vi y oí, y sin aventurar interpretaciónalguna, para dejar, en
cierto modo, a los que vengan después (si es que antes no llega el Anticristo) signos de signos,
sobre los que pueda ejercerse la plegaria del desciframiento.
El señor me concede la gracia de dar fiel testimonio de los acontecimientos que
se produjeron en la abadía cuyo nombre incluso conviene ahora cubrir con un
piadoso manto de silencio, hacia finales del año 1327,cuando el emperador
Ludovico entró en Italia para restaurar la dignidad del sacro imperio romano,
según los designios del Altísimo y para confusión del infame usurpador
simoníaco y heresiarca que en Aviñón deshonró el santo nombre del apóstol
(me refiero al alma pecadora de Jacques de Cahors, al que los impíos veneran
como Juan XXII).
Para comprender mejor los acontecimientos en que me viimplicado, quizá
convenga recordar lo que estaba sucediendo en aquellas décadas, tal como
entonces lo comprendí, viviéndolo, y tal como ahora lo recuerdo, enriquecido
con lo que más tarde he oído contar sobre ello, siempre y cuando mi memoria
sea capaz de atar los cabos de tantos y tan confusos acontecimientos.
Ya en los primeros años de aquel siglo, el papa Clemente V había trasladado la
sedeapostólica a Aviñón, dejando Roma a merced de las ambiciones de los
señores locales, y poco a poco la ciudad santísima de la cristiandad se había
ido transformando en un circo, o en un lupanar. Desgarrada por las luchas
entre los poderosos, presa de las bandas armadas, y expuesta a la violencia y
al saqueo, de república sólo tenía el nombre. Clérigos inmunes al brazo secular
mandaban gruposde facinerosos que, espada en mano, cometían todo tipo de
Umberto Eco El Nombre de la Rosa
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rapiñas, y, además, prevaricaban y organizaban tráficos deshonestos. ¿Cómo
evitar que el Caput Mundi volviese a ser, con toda justicia, la meta del
pretendiente a la corona del sacro imperio romano, empeñado en restaurar la
dignidad de aquel dominio temporal que antes había pertenecido a loscésares?
Pues bien, en 1314 cinco príncipes alemanes habían elegido en Frankfurt a
Ludovico de Baviera como supremo gobernante del imperio. Pero el mismo día,
en la orilla opuesta del Main, el conde palatino del Rin y el arzobispo de
Colonia habían elegido para la misma dignidad a Federico de Austria. Dos
emperadores para una sola sede y un solo papa para dos: situación que, sin
duda, engendraríagrandes desórdenes...
Dos años más tarde era elegido en Aviñón el nuevo papa, Jacques de Cahors,
de setenta y dos años, con el nombre de Juan XXII, y quiera el cielo que nunca
otro pontífice adopte un nombre ahora. tan aborrecido por los hombres de bien.
Francés y devoto del rey de Francia (los hombres de esa tierra corrupta
siempre tienden a favorecer los intereses de sus compatriotas, y...
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