Herodoto
Al Lector
Necedad, error, pecado y tacañería ocupan
nuestras almas, nuestros cuerpos alteran,
y complacientes nutrimos los remordimientos
como los mendigos suspiojos.
Tercos son los pecadores y cobarde el arrepentimiento;
con creces exigimos se nos paguen las confesiones,
y al cieno alegres regresamos creyendo borrar
con viles llantos todasnuestras culpas.
Satán Trigemisto en cojín del Mal se halla,
mucho mece a nuestro hechizado espíritu,
y ese sabio alquimista vaporiza
el precioso metal de nuestra voluntad.
¡ElDiablo maneja los hilos que nos mueven!
Incluso en seres inmundos hallamos seducción;
diariamente hacia el infierno vamos, y sin miedo,
bajando a través de tinieblas hediondas.
Afondo, como a una naranja seca, exprimimos
algún placer clandestino que de pasada robamos
tal un mísero libertino que besa y mordisquea
los martirizados senos de una ramera vieja.
Ennuestras mentes se agita un pueblo de demonios,
apiñado e hirviente como un millón de helmintos,
y cuando respiramos fluye en los pulmones
la Muerte, río invisible, con sus apagadas quejas.Si el estupro, el veneno, el puñal y el incendio
aún no bordaron sus atractivos diseños
en triste cañamazo de nuestra mala suerte,
es que sólo tenemos, ¡ay!, almas no atrevidas.Hay chacales y panteras, linces y monos,
hay escorpiones y buitres, y también serpientes,
son monstruos que gruñen, aúllan y reptan
en la infame leonera de nuestros vicios,
¡pero unosobresale por feo, perverso e inmundo!
Aunque no chille mucho y tampoco gesticule,
seguro que a gusto haría de la tierra un caos
y que al mundo se tragaría con sólo bostezar;
¡es elTedio!, tiene en los ojos lágrimas falsas,
y fuma la pipa mientras con patíbulos sueña.
Lector, ya conoces a tan delicado monstruo,
-lector hipócrita-¡tú, mi prójimo, mi hermano!
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