La tona
-vamos, ayúdame muchachita –suplico la vieja en los momentos en que pasabarudamente sus manos sobre la barriga relajada, pero terca en conservar la carga…
Y los dedazos de uñas corvas y negras echaban toda su experiencia, todas sus mañas en los frotamientos que empezabaen las mangas rotundas, para acabar con la pelvis abultada y lampiña.
Simón, entre tanto, habíase acurrucado en un rincón de la choza; entre sus piernas un trozo de madera destinado a ser cabo deazadón. El chirrido de la lima que aguzaba un extremo del mango distraía el enervamiento, robaba un poco la ansiedad del muchacho.
-Anda, madrecita, grita por vida tuya… puja, encorajínate,.. Dimechinches de perra; pero date prisa… Pare haragana. Pare hembra o macho, pero pronto… ¡Cristo de Esquípulas!
La joven no hacia esfuerzo ya; el dolor se había apuntado un triunfo.
Simón trataba ahora deinsertar ahora a golpes el mango dentro del arillo del azadón; de su boca entreabierta salían sonidos roncos.
Altagracia sudorosa y desgreñada, con las manos tiesas abiertas en abanico, se volvióhacia el muchacho quien había logrado por fin, introducir el astil en la argolla de la azada; el trabajo había alejado un poco a su pensamiento del sitio en que se escenificaba el drama.
-Todo es debalde, Simón, viene de nalgas –dijo la vieja a gritos, mientras se limpiaba la frente con el dorso de su diestra.
Y Simón, como si volviese del sueño, como si hubiese sido sustraído por lasdestempladas palabras de una región luminosa y apacible:
-¿de nalgas? Bueno… ¿y ’hora qué?
La vieja no contestó, su vista vagaba por el techo del jacal.
- D ahí –dijo de pronto-, de ahí, de la vida madrecuelga la coyunda para hacer con ella el columpio…
-No, eso no –gimió él.
-anda, vamos a hacer la ultima lucha… Cuelga la coyunda y ayúdame a amarrar a la muchacha por los sobacos.
Simón...
Regístrate para leer el documento completo.