Libbro De Sfu

Páginas: 60 (14847 palabras) Publicado: 28 de febrero de 2015
 
 
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Olvidé durante mucho tiempo que tenía un padre. No pensaba en él, no le veíaentre las imágenes que me visitaban. Cierto día, le vi en sueños: él, cuyaelegancia en el vestir era legendaria, erguidos los andares y orgullosa la mirada,se me apareció en la plaza Jamaa El Fna, en Marrakech, con una gandura suciay remendada, sin afeitar, con el rostro fatigado y los ojos llenos de unainfinitatristeza. Hacía de narrador junto a un encantador de serpientes y casi no teníapúblico. La gente pasaba, le miraba y, luego, se iba, dejándole solo contando lahistoria de Antar el Valiente liberando a Abla la Bella que había envenenado asu dueño. Era lamentable: un hombre acabado, humillado, vejado por eldestino. Yo estaba allí, le escuchaba; él me miró y, luego, me dijo:

¡Ah!, eres el hijomayor del gran jeque, el Fqih, el amigo de los poetas ydel Rey. Pero ¿qué estás haciendo aquí? ¿No has muerto? Tu padre te haenterrado ya. Estuve en tus funerales. Para que le perdonaran por tener un hijoindigno, convocó a la familia, a las autoridades e incluso a los periodistas, temaldijo, luego procedió a tu entierro. Había incluso un ataúd donde habíacolocado tus cosas, tus libros y todas lasfotografías en las que aparecías. Hizoun discurso y yo me encargué de leer el Corán sobre tus supuestos despojos.¡No has muerto pues! Acércate, ven junto a mí, no tengas miedo. Ya sé, notengo agua para lavarme, he adelgazado, como féculas que me da, de vez encuando, el cafetero de la esquina. Intento contar historias, un poco para pasar eltiempo y un poco para ganar algunos dinares y comprarme unahermosachilaba de lana mezclada con seda. La he encargado ya. He hecho mis cálculos:a razón de diez dinares al día, podré ponérmela en menos de cien días. Yaverás, en cuanto la tenga seré otro, volveré a ser el literato y el amigo de lospoderosos que fui en otra vida.Esta visión de mi padre, donde las situaciones se habían invertido, me hizo
sonreír. Y pensar que mientras yo le veía harapiento, éldebía de estar junto alRey, haciéndole reír. Tal vez jugaba con él a las cartas, haciendo comentariosrepletos de astucia e insinuaciones finas y lo bastante obscenas para provocar larisa real.Para él, yo no sólo había muerto sino que nunca había existido. No veía anadie que le recordara que uno de sus hijos estaba en un penal. Mi madre senegaba a verle. Mis hermanos y hermanas estaban doloridospor esa historia, yél vivía en palacio, atento al menor signo real. Supe luego que había ayudado ala mayoría de sus hijos, consiguiéndoles becas para estudiar, cargos en laAdministración, siempre que mi nombre nunca fuese pronunciado ante él. Surostro de hombre de ingenio, con una feudalidad tranquila de tan natural, mevisitaba de vez en cuando. Lo veía siempre de blanco, majestuoso, como sihubieraescapado de otra época, de otro siglo. No le guardaba rencor. Nunca selo he guardado. No fue objeto de mi admiración, como para algunos de mishermanos, ni tampoco de mi odio. No me era indiferente, es cierto, perotambién yo, como en el sueño, le había apartado de mi vida. De hecho, fue élquien se marchó sin marcharse realmente. Se había casado con otra mujer yllevaba una doble vida. Volvía de vezen cuando, eligiendo el momento en quemi madre estaba en el trabajo. Tomaba algunas hermosas chilabas ydesaparecía. Mi madre sacó las consecuencias y le cerró definitivamente supuerta, repudiándolo. Fue a casa del juez y pidió el divorcio. Yo tenía diez años.Para mí, aquel hombre al que tan poco había visto no nos pertenecía. Gracias ami madre, no albergué hacia él sentimiento alguno, ni bueno nimalo. Ellahablaba bien de él, diciendo que tenía otra familia y que no le deseaba malalguno, pero prefería una situación clara y sana. Debía de sufrir, pero no dejabaque se advirtiera nada en su comportamiento.Me decía, en el silencio de la fosa:«¿Qué habría podido hacer yo?» Había actuado mal, aunque no hubieraplanificado nada. No desobedecí. Entré en palacio sin hacerme preguntas.Ofendí al Rey...
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