Los 1001 años de la lengua hablada

Páginas: 45 (11060 palabras) Publicado: 5 de diciembre de 2010
Alatorre, Antonio (1992). “La lengua hoy”, en Los 1001 años
de la lengua española, FCE, México, pp. 295-318.
La lengua, hoy
Antonio Alatorre
También la lengua española goza de buena salud. Está en constante cambio,
como todo lo que tiene vida, y no sólo se ha alejado de la del Poema del Cid en la medida
en que cada lector puede comprobar por sí mismo, sino que sus “realizaciones” actualesen cuanto a pronunciación, gramática y vocabulario, a lo largo y lo ancho del mundo
hispanohablante, tiende a una diferenciación cada vez más rica. Pero conserva al mismo
tiempo su unidad básica, como lo puede comprobar quien lee lo que se escribe en
cualquier país hispanohablante (periódicos, por ejemplo), o quien plática con cualquier
morador de esos países. Podrá haber necesidades detraducción entre la Guadalajara de
México y la Guadalajara de España, o entre Santiago de Chile (donde guagua es “niño
pequeño”) y Santiago de Cuba (donde guagua es “autobús”), pero serán necesidades
episódicas, que ni duran mucho ni son frecuentes. Basta un poco de cordialidad entre los
interlocutores para que las diferencias de habla entre países (o entre regiones de un país,
o entre estratossocioculturales de una unidad) sean más estímulo que estorbo para el
diálogo. Pueden estallar entonces las chispas del humor. Así surgen los cuentos, como el
del turista español que ve el letrero “Tacos y Tortas” en los restaurantes populares de
México y deduce que allí se reparten palabrotas y bofetadas, o el del refugiado que acaba
de desembarcar en Veracruz y está en el malecón, con sus cosas,y alguien le grita:
“Aguzado, joven, que no le vuelen el veliz” (o sea: “Cuidado, que no le roben la maleta’), y
él piensa: “Dios mío, yo pensaba que en México se hablaba español; lo único que he
entendido es joven”. (Los primeros contactos suelen tener sus sorpresas. También se
refiere a primer contacto el cuento del que oye el verso de Rubén Darío, “Que púberes
canéforas te ofrenden elacanto”, y dice: “Lo único que he entendido es Que”.) El chiste de
muchos cuentos consiste en el hallazgo de las palabras tabú (obscenidades por otro
nombre), cuya variedad de país a país es asombrosa: chingar no es en Buenos Aires lo
mismo que en México; en La Habana no hay que decir papaya; en Chile no hay que decir
concha ni pico; etcétera. Aquí entran también las jergas superespecializadas yartificiosas,
como el lunfardo porteño, en el cual está hecha esta copla:
El bacán le acanaló
el escaracho a la minushia;
después espirajushió
por temor a la canushia,
o el caló andaluz, en el cual está hecha esta otra:
El minche de esa rumí
dicen no tenela bales;
los he dicaíto yo,
los tenela muy juncales;
pero sería absurdo tomar tales coplas como espejos del habla de Buenos Aires yde
Sevilla.1
Por otra parte, el ideal académico de uniformidad ha perdido adeptos hasta entre
algunos académicos, y así, por ejemplo, cada vez son menos los españoles que se
espantan de que su acera sea banqueta en México y vereda en la Argentina, o de que su
Alatorre, Antonio (1992). “La lengua hoy”, en Los 1001 años
de la lengua española, FCE, México, pp. 295-318.
jerséy (anglicismo) seaen Hispanoamérica suéter, o chompa, o pulóver (anglicismos
también). La unidad de una lengua, lo mismo la del latín en el imperio romano que la del
inglés o el árabe actuales en toda su extensión geográfica, nunca ha supuesto una
uniformidad absoluta de realizaciones. Sería muy bueno escribir un manual de cultura
lingüística para impedir la formación de complejos de superioridad (“Decimos taxiy
estacionamiento, y esos brutos españoles dicen tasi y aparcamiento”) y de inferioridad
(“Decimos vos cantás, vos tenés, en lugar de tú cantas, tú tienes: ¡oh dolor, oh craso
barbarismo!”), que estorban muchísimo para entender en qué consiste la unidad de la
lengua. Esos complejos, que se complementan entre sí, no sólo están al margen de la
realidad lingüística —pues es un hecho, por...
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