Merca

• Cada vez que en la Argentina de los últimos años surge alguna iniciativa para que el Estado impulse un sector de la economía o regule una actividad o un sector que se desenvuelve en forma distorsionada, surgen voces críticas: Peligroso retorno al estatismo o el Estado ya ha fracasado son argumentos reiteradamente usados. Y es, aparentemente, un discurso mundializado.Esos negadores extremistasdel Estado machacan con un argumento central afirmando que el mercado es el mejor asignador de los recursos y cualquier intento de torcer el libre juego termina por alterar la eficiencia económica.Y como en los viejos textos del siglo pasado, insisten en eso de que el triunfo del mercado es el triunfo del capitalismo.Pero la historia, la experiencia, lo que ocurre en estos días indica que es unmito afirmar que el mercado es el mejor repartidor de los recursos. Y nadie pone en juego al capitalismo.Si así fuese, no se explicarían las recurrentes crisis financieras y económicas, como la actual, y que pega fuerte en todas partes pero se ensaña en el sudeste asiático y en Japón. Si bien en la cuenca del Pacífico existían intervenciones estatales, no menos cierto es que se trataba (se trata) deeconomías de mercado.También en los Estados Unidos existen infinidad de regulaciones y no por ello deja de ser una idealizada economía de mercado. Está claro que el mercado puro no existe. Entre otras cosas por la gran vinculación que tienen los grandes grupos económicos con el propio Estado. Lo que sucede es que ni con la lupa más poderosa se puede encontrar un mercado libre y perfecto. Encambio, sí hay un proceso de concentración económica que lleva a que en determinados sectores ciertas corporaciones tengan peso dominante. Es tan relevante ese poder que esas corporaciones pueden imponer sus propias reglas de juego al margen del propio mercado. Como al mercado perfecto no se lo puede encontrar, invocar el mercado libre no significa otra cosa que dejar todo como está. Es decir: dejar,por ejemplo, que esas corporaciones sigan imponiendo sus reglas de juego. Esto, sin duda, explicaría por qué el liberalismo a ultranza es funcional a los grandes grupos monopólicos.Hablar de este modo parece una novedad, pero no lo es porque hace ya muchísimo tiempo que está demostrado que la mano invisible del Estado, como asignador justo y equitativo de la riqueza, no va y que se necesitanpolíticas, instituciones o estructuras que ayuden a corregir las distorsiones propias del mercado. Mucho más, aun cuando tiene rasgos pronunciados de concentración.Aunque de raíz económica, todo este tema es un fenómeno esencialmente social. Porque esa concentración está impidiendo que toda la sociedad reciba los frutos del esfuerzo cotidiano. Si se repasan las distorsiones actuales del mercado aparecenvarias: El costo financiero depende de una oferta concentrada, que afecta a los clientes, a los comercios, industrias y consumidores. Por eso es alto. El costo impositivo. El pequeño empresario no tiene los recursos para contratar grandes consultoras que le planifican cómo y qué impuestos pagar. Por eso pagan más los pequeños que los grandes.Los precios de ciertos servicios públicos. Subieron porencima de la inflación y del poder adquisitivo de la población. Por eso son caros. La distribución de ingresos es desigual, el empleo sigue alto y existen grandes bolsones de pobreza. Por eso hay fractura social. De lo que se trata es de introducir alguna razonabilidad social, un equilibrio a un proceso económico que se ha desenvuelto a través de un juego de poderes, del que no estuvieron ausentespresiones del exterior.No se debería olvidar que la economía no es un fin en sí mismo sino un medio social. Cuando no cumple ese cometido, se convierte en una carga para toda la sociedad.

El mercado puede definirse como el lugar físico o Ideal en el que se produce una relación de intercambio. Sin embargo, desde el punto de vista del marketing, el concepto de mercado como lugar es muy...