Michael Walzer, Pensar Politicamente

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Filosofía y política
Walzer se pregunta “¿qué posición ocupa el filósofo en una sociedad democrática?” (Walzer, 2010: 29) Con esta pregunta surge el problema de la autoridad. Los filósofos la reclaman para sí y los otros, el pueblo como ente democrático, recela. Basándose en el desapego radical de Wittgenstein, quien cree que el filósofo no es ciudadano de ninguna comunidad de ideas,Walzer considera dos formas de desapego radical: la posición contemplativa y analítica, que no pretende cambiar las comunidades sobre las cuales reflexionan, y la posición heroica, en la que el filósofo se aparta de la comunidad con la intención de regresar para transformarla. Al hacerlo, se encuentra con el recelo de los ciudadanos hacia principios que no conectan con sus tradiciones ni maneraslocales de vivir. Surge así la tensión entre filosofía y democracia, pues la verdad del filósofo se encuentra con el derecho a gobernar que el pueblo reclama para sí mismo, aunque éste no se fundamente en la razón. He aquí la decepción del filósofo. Walzer cita aquí el argumento de Rousseau: “los ciudadanos son los súbditos de la ley, y si han de ser hombres y mujeres libres obligados a cumplirdicha ley, también deben de ser sus creadores” (Walzer, 2010: 35), para ofrecer de inmediato formas de retractar y limitar las decisiones democráticas que favorezcan o discriminen a un individuo o grupo concreto, que pongan en peligro la propia práctica democrática, o que se alejen de lo correcto o el bien común. Para ello Walzer señala la necesidad de un legislador o de un juez, que manteniendo elderecho del pueblo a estar equivocado pueda intervenir cuando la voluntad del pueblo incurra en los casos más atrás señalados.
Más adelante, en el capítulo siguiente Walzer, se centra en la versión contractualista de esta posición heroica, en aquellos que hacen un esfuerzo para intentar alcanzar principios políticos válidos a partir de acuerdos alcanzables en ciertas condiciones ideales. Señala elautor el abismo entre estos discursos imaginables entre participantes en experimentos mentales y el debate político real entre gente con intereses reales y frecuentemente opuestos. Para que el escenario contractualista pudiera dar sus frutos habría que limitar tanto lo que sus participantes pudieran aportar que en vez de un principio de acuerdo se llegaría sin opción alguna a una argumentaciónfilosófica disfrazada de acuerdo.
El riesgo al abismo también es posible si el filósofo se acerca a las comunidades valorándola según principios supuestamente universales y pretendidamente objetivos, pues cada sociedad está basada en construcciones sociales cuyos significados, aunque pudieran no ser compartidos por todos si son respetados por sus individuos y configuran su moral relativa. Cuantomás complejas sean estas construcciones sociales más margen habrá para la diferencia cultural. El filósofo debe de tener en cuenta la propia interpretación que los miembros de aquélla hacen de su modo de vida y de los valores que éste encarna.
Este diálogo entre la razón y las convenciones, o el filósofo y la realidad, se refleja también en la actividad política, en la que argumentaciónrazonada o deliberativa convive con muchos otros factores como son los conflictos políticos, la lucha de clases o las diferencias étnicas y religiosas. Esto refleja que la deliberación forma parte de la actividad política pero ni mucho menos la controla ni la constituye, ya que actos como la negociación (que implica cesión no acuerdo) o el debate entre otros, son elementos fundamentales en dichaactividad.
Así vemos que el papel que Walzer otorga a los filósofos es sembrar ideas o interpretaciones nuevas esperando recoger algún días estos frutos.

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