No Volveré A Jugar

NO VOLVERÉ A JUGAR
Liziardi tenía 28 años cuando lo volví a ver en el parque de la calle Páez; al principio daba sensación de estar asustado. De hecho me pareciócomo que se cuidaba de algo o de alguien. Tenía en sus manos dos arandelas elásticas verdes, las tensaba nerviosamente entre los dedos pulgar e índice de ambasmanos una y otra vez, insistente y metódico.
La banqueta del parque brillaba en su azul tornasolado y el parque lucía solitario. A las dos de la tarde nadie se fijocuando mi amigo, el Tano, empezó a llorar, mirando a un lado y otro con singular frenesí. El llanto era seco, encogía los músculos del pómulo, las cejas y la frentey sollozaba.
-Nunca debí jugar, nunca. Lo dijo de súbito, casi mecánico. No podía consolarlo, ni siquiera animarlo. Pensé en irme y dejarlo en ese estado cuandobalbuceó – Cuando mi mamá me vio llegando con el carro me dijo que de donde lo había sacado, que si lo había robado que lo devuelva, le dije que me lo había ganadolegalmente. Y corrió al comando de policía, a denunciarme.
Era evidente que había entrado en shock, casi imposible de parar. Le iba a sugerir que se calme, que iríaa conseguir en la esquina unas botellas de agua helada, pero, mirándome a los ojos me dijo: - Me encerraron por 3 meses hasta que salí porque no habían cargoscontra mí; pero perdí mi carro, pana. Lo perdí. Y cuando volví a la casa mi madre me reprochó que le haya mentido, que no le dijera la verdad. Pero te juro que le dijela verdad. Por eso ya no quiero jugar, le tengo miedo a la cárcel, le tengo miedo a la sola posibilidad de ganarme nuevamente esa raspadita de la Lotería Nacional.