Sexo y genero
1. Introducción: sexo, género y sexismo Convencionalmente, podemos decir que nuestra condición de hombre o mujer se debe a los caprichos de la biología. Nada sabe el bebé de las ilusiones depositadas por sus padres sobre su sexo (de sus alegrías o frustraciones ante el visionado de las ecografías), de las políticas de natalidad que pueden haber afectado a su existencia misma, ni del entorno social que le aguarda y lo que se espera de él según sea “uno” u “otra”. Y no digamos ya sobre la posibilidad que el estado actual de la ciencia concede a los padres para elegir el sexo de sus hijos. En su primera andadura por la vida, las personas son inconscientes del componente cultural, social y político de su sexo. Sin embargo, todas las culturas han desarrollado mecanismos tendentes a que la masculinidad o la feminidad sea entendida de una determinada manera desde el principio. Desde la asignación de colores diferenciados en las ropas (el azul o el rosa) o de juguetes para desarrollar habilidades diferenciadas (el putchingball o la cocina de plástico), hasta las muy diversas y exigentes “pruebas” que los niños y adolescentes varones han de superar para adentrarse en el territorio masculino (como demostrar arrojo en deporte, compartir vicios de adultos, o mostrar superioridad física sobre las niñas) y quitarse así de en medio toda sombra de enmadramiento, afeminamiento o simple debilidad2. La naturaleza hace ciertamente distintas a las personas, pero es la sociedad la que inventa esos mecanismos diferenciadores del rol de cada uno, y hay que preguntarse por qué.
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Este trabajo es una versión ampliada del artículo “El género en la Teoría Política y en la Teoría Jurídica: del ciudadano a la persona”, Cuadernos Electrónicos de Filosofia del Derecho, 15/2007. Mi gratitud a los compañeros J. R. Capella, J. L Gordillo, A. Madrid, X. Pedrol y a los estudiantes del Seminario de Filosofía del Derecho de la UB por sus preciosos comentarios críticos. 2 Del mismo modo que las niñas tienen asignadas tareas de cuidado doméstico desde muy temprana edad, al tiempo que sufren la represión de actitudes asociadas a la virilidad y la asignación de un papel secundario en relación a sus hermanos varones.
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Por ahora, es posible establecer una diferencia básica entre sexo y género. Éste último tiene que ver con la identidad social de las personas3, condicionada por una serie de mecanismos culturales que las empujan a comportarse de una determinada manera dentro de una comprensión no neutral de la masculinidad y la feminidad 4. Estos dos atributos se configuran siempre en tiempos y espacios concretos —por lo que no son estáticos ni universales, sino que se modulan histórica y geográficamente— y se trata de modelos que siempre concurren con otras variables distintas del género como la pertenencia étnica, la clase social o la religión. (¿Qué futuro aguarda a una mujer extracomunitaria, negra y musulmana que llegue hoy a España en busca de una vida mejor?). A pesar de las numerosas constricciones sociales que rodean al género, los seres humanos pueden tomar decisiones personales en torno a él, al punto de cambiar de sexo cuando su vivencia del género entra en contradicción radical con su sexo biológico. La práctica sexual, por lo demás, forma parte de la experiencia subjetiva, íntima y emocional de cada persona, sin que las categorías clínicas y jurídicas que la ciencia ha modelado para proceder a su clasificación sean suficientes para hallar una explicación racional a la existencia de distintas familias de afectos y gustos. Así, cuando los juristas ...
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