Caballo De Troya 09 Cana J J Benitez

Páginas: 24 (5977 palabras) Publicado: 18 de junio de 2015
EL DIARIO
(Novena parte)

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30 de enero, miércoles (año 26)
(Tercera semana en Beit Ids)

Jesús de Nazaret siguió descendiendo por la ladera con sus
habituales zancadas. El objetivo, parecía claro, era «Matador», el maldito jovenzuelo que gobernaba la banda de los
dawa zṛaḍ (la «maldición de la langosta» en el lenguaje de
los badu, los beduinos deBeit Ids). Por detrás, a escasa distancia, le seguía Dgul, el capataz del olivar, con la «tembladera» entre las manos. Ambos parecían dispuestos a terminar con aquella lamentable situación. Y yo, sin pensarlo,
me fui tras ellos. Pero, lamentablemente, cuando apenas
había dado un par de pasos, el árabe agitó de nuevo la antorcha que sostenía en la mano derecha y la arrojó al interior de la canasta.Me detuve espantado. Las llamas prendieron en las ropas del niño y, al instante, Ajašdarpan se
convirtió en una bola de fuego. El enebro (una especie de
aguardiente), vertido por aquel canalla sobre los harapos
del pequeño de los huesos de «cristal», resultó determinante. Las llamas se propagaron veloces. Y el árabe acertó a
gritar por segunda vez:
—Smiyt... i... qatal! (Mi nombre es «Matador».)Sentí cómo el mundo se derrumbaba. El Maestro y el
capataz no habían llegado a tiempo...
Fue todo tan rápido...
Y en eso, nada más arrojar la tea en la canasta de cornejo, y gritar su nombre, «Matador» cayó fulminado. ¿Qué
había sucedido? Jesús y Dgul estaban a punto de alcanzar la
espuerta en la que ardía el niño.
Comprendí.
Por detrás de aquel malparido apareció la figura de la
mendiga,tambaleante, y con una piedra en la mano izquierda. La mujer lo había golpeado en el cráneo y Qatal cayó a
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sus pies. El resto de la banda, al percatarse de la suerte de
su jefe, soltó las ollas que blandían como mazas, y con las
que habían aplastado a Ajašdarpan, y huyó por el olivar.
Todo quedó en silencio. Todo el mundo miraba hacia la
canasta demadera en la que se consumía el niño.
Supuse que estaba muerto...
Y al llegar frente al fuego, el Maestro, sin dudarlo, se
despojó de la túnica y la arrojó al interior de la espuerta, al
tiempo que palmeaba sobre el cuerpo de la infortunada
criatura en un intento por sofocar las llamas. Dgul se unió
a Jesús y, entre ambos, procedieron a rescatar al niño del
interior de la canasta. Y en el suelo, derodillas, continuaron
el dudoso trabajo, en un más que difícil intento por salvar
la vida del pequeño. El resto de los felah se movilizó y acudió en ayuda de Jesús y del capataz. Yo, desconcertado y
roto, me fui tras ellos.
Alguien procedió a apagar el fuego que, prácticamente,
había consumido la canasta. El Maestro continuaba de rodillas. El niño no se movía. Tampoco escuché un solo gemido. Dedujeque, tras los golpes y el incendio, Ajašdarpan
tenía que haber muerto. Nadie, en su estado, hubiera resistido algo semejante.
Y durante algunos segundos, eternos, nadie hizo nada;
nadie dijo nada. Jesús, con el cabello recogido en su habitual cola, permanecía inmóvil, mudo y con la vista fija en la
túnica blanca que envolvía a la criatura.
Mala suerte, pensé.
Y el capataz procedió a retirar latúnica. Al contemplar
al pequeño, un murmullo se alzó entre los campesinos.
Quien esto escribe bajó la mirada, horrorizado.
«Ajašdarpan está muerto.» Ése fue mi pensamiento al
contemplar al niño. Dgul trató de encontrar algún vestigio
de vida en el cuerpo carbonizado. Yo intenté superar el dramático momento y me concentré en una atenta observación
de la criatura. El capataz negó con la cabeza. Era laprimera
vez que no le veía sonreír. Busqué el pulso y, ante mi sorpresa, comprobé que el bueno del capataz estaba equivocado. El niño presentaba un pulso débil y filiforme, como un
hilo. Quedé asombrado. Aquella criatura resistía con todas
sus fuerzas. El panorama, sin embargo, era desolador. Las
llamas lo habían consumido, prácticamente. El cuerpo, sin
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