Educar

Páginas: 97 (24054 palabras) Publicado: 3 de octubre de 2012
Joseph Brodsky





MARCA DE AGUA

Apuntes venecianos
























EDHASA


Título original:
Watermark
Publicado originalmente por Parrar, Straus & Giroux, Inc., New York
Traducción de Horacio Vázquez Rial











Primera edición: enero de 1993
© Joseph Brodsky, 1992
© de la traducción: Horacio Vázquez Rial, 1993
© de la presenteedición: Edhasa, 1993
Avda. Diagonal, 519-521. 08029 Barcelona
Tel. 439 51 05*




ISBN: 84-350-0838-x
Depósito legal: B. 286-1993



Impreso por Romanya/Valls
Verdaguer, 1. Capellades (Barcelona)


Impreso en España
Printed in Spain


Para Robert Morgan






Hace muchas lunas, el dólar estaba a 870 liras y yo tenía treinta y dos años. Tam-bién el globo terráqueo erados mil mi-llones de almas más ligero, y el bar de la stazione a la que acababa de llegar en aquella fría noche de di-ciembre estaba vacío. Esperé allí a que la única per-sona a la que conocía en aquella ciudad fuese a bus-carme. Llegó bastante tarde.
No hay viajero que no conozca esa ansiedad: esa mezcla de fatiga y aprensión. Es el momento en que se miran con inquietud los relojes y lostable-ros de horarios, en que se escruta el mármol vari-coso bajo los propios pies, en que se inhala amo-níaco y ese olor mate que desprende en las frías noches de invierno el hierro fundido de las loco-motoras. Hice todo eso.
Con excepción del bostezante camarero y de la matrona de la caja, inmóvil como un buda, no ha-bía nadie a la vista. Sin embargo, no nos éramos de ninguna utilidad: mi única monedaen su lengua, el término «espresso», ya estaba gastada; la había em-pleado dos veces. También les había comprado mi primer paquete de lo que en los años siguientes llegaría a significar «Merde Statale», «Movimento Sociale» y «Morte Sicura»: mi primer paquete de MS. De modo que cogí mis maletas y salí de allí. En el improbable caso de que algún ojo se fijara en mi London Fog blanca y mi Borsalinomarrón os-curo, éstos tenían que proporcionarle una silueta familiar. La noche misma, en efecto, no debía de tener dificultad alguna en absorberla. El mimetis-mo, supongo, ocupa un puesto importante entre las prioridades de cualquier viajero, y la Italia que yo tenía en mente en aquel momento era una com-binación de películas en blanco y negro de los años cincuenta con el igualmente monocromoambiente de mi oficio. Así, el invierno era mi estación; lo único que me faltaba, pienso, para parecer un bo-hemio local o carbonaro era una bufanda. Por lo demás, me sentía casi invisible y adecuado para fundirme con el fondo o rellenar un fotograma en un relato policial de bajo presupuesto o, más pro-bablemente, en un melodrama.


Era una noche ventosa y, antes de que mi re-tina registrara nada,me arrebató un sentimiento de absoluta felicidad: mis narices recibieron el golpe de lo que, para mí, había sido siempre su sinónimo, el olor de algas heladas. Pa-ra algunos, es la hierba o el heno recién cortados; para otros, los aromas navideños de las agujas de coníferas y de mandarinas. Para mí, son las algas heladas, debido, en parte, a los aspectos onomatopéyicos de la propia unión detérminos (en ruso, un alga es un maravilloso vodorosli) y, en parte, a un cierto absurdo y un oculto drama subacuático en esa noción. Uno se reconoce a sí mismo en cier-tos elementos; en el momento en que aspiré ese olor en la escalinata de la stazione, dramas y absur-dos hasta entonces ocultos se convirtieron en mi punto fuerte.
Indudablemente, había que atribuir la atracción ejercida por aquel olor auna infancia pasada junto al Báltico, el hogar de aquella sirena errante del poema de Montale. Y, sin embargo, yo tenía mis dudas acerca de esa atribución. En primer lugar, aquella infancia no era tan feliz (una infancia rara vez lo es; tiende a ser una escuela de mortificación e inseguridad); y, en cuanto al Báltico, habría que ser una verdadera anguila para eludir lo que a mí me tocó. En...
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