La Verdad
por JeanYves Calvez, S.J., Centre Sèvres, Paris Aludí ayer a la Carta del 77, a Vaclav Havel y sus escritos políticos, el modo en el que el tema de la importancia de la verdad se propuso en Europa como decisivo en los últimos tiempos de los regímenes comunistas. Me acuerdo también de un ideólogo de Alemania oriental diciéndome alrededor del 8990: “Había buenas cosas a pesar de todo en este co munismo, lo malo es cuanto se ha mentido en nombre de él”. Esto me ha animado a profundizar el tema de la verdad como valor humano, y social en par ticular. Me apoyaré, comentándolas, en algunas declaraciones de la Iglesia católica al res pecto. Llegaré al final a la situación en algo más polémico que se ha creado como conse cuencia de otras declaraciones de Juan Pablo II. Verdad como valor personal, valor para la inteligencia, para la conciencia. En el Concilio Vaticano II se caracteriza típicamente al hombre, entre otros aspectos pero en modo esencial, como un ser capaz de la verdad, un ser que tiene capacidad de verdad, de abrirse a ella: “Tiene capacidad, dice explícitamente el Concilio, para alcanzar la realidad inteligible con verdadera certeza, aunque a consecuencia del pecado esté parcialmente oscu recida y debilitada (esta capacidad)”. La “sabiduría”, por otro lado, aspecto del hombre tam bién, la sabiduría que está en el hombre, “atrae con suavidad su mente a la búsqueda y al amor de la verdad y del bien” (Gaudium et Spes = GS, n. 15). Por su conciencia, además, el hombre viene también a conocer “una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado per sonalmente” (GS 16). Todo esto toca lo humano en cuanto persona, ser profundo, ser abierto, no encerrado en sí mismo como una sencilla “cosa”. Persona dice finalmente ser para otro: parece provenir de máscara (de teatro), máscara no para esconder sino para manifestar, subrayar lo que sin esto no se reconocería. La palabra verdad, por su cuenta, tiene una pluralidad de sentidos. Estos se relacionan sin embargo entre sí, refiriéndose esencialmente a algún otro que yo; tienen que ver con un abrirse, un existir más allá del sí inmediato. Yo distinguiría, teniendo en cuenta distintos idiomas, tres sentidos. En nuestros idiomas lati nos y en alemán, no se dice tanto que el hombre es (puede ser, debe ser) verdadero; una afirmación, sí, es (debe ser) verdadera, es verdadera si corresponde a otro que ella misma, a la realidad (que, digamos, se abre así, a esta afirmación precisamente, y sin esto ella quedaría en sí misma, para nada...). En griego, la verdad es manifestación, algo verdadero se descu bre, sale de la oscuridad, del olvido (a-leqhV = ya no olvidado). Claro es que el hombre es activo en esto, por él se descubren, se desvelan las cosas, se manifiesta por así decir el inter ior de ellas (así que las cosas mismas se abren también consecuentemente en esta perspecti va). Todo esto establece una relación fuerte entre verdad y hombre. Todo empieza con un
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abrirse del hombre a sí mismo, conciencia, primera verdad (primer otro) para el hombre mismo. Gracias a esta primera apertura de un ser, existen todas las demás aperturas. Verda des que salen de la oscuridad, del ser todavía indeterminado, sin sentido. Heidegger, recien temente, ha insistido sobre este carácter del hombre, “cuidador” del ser. Prefiero decir: “re velador” de lo mismo. Sin él todo recae en la oscuridad, no hay verdad o algo verdadero, algo conocido, algo abierto. Hay un tercer sentido de verdad, más bien de “verdadero” que no nos ofrecen ni el latín ni el griego, que nos ofrece por el contrario muy corrientemente el inglés: con “true”. No sola mente afirmaciones pueden ...
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