Lecturas

Páginas: 8 (1786 palabras) Publicado: 1 de octubre de 2014
Una pasión egipcia
Por Juan Goytisolo

1) No se ilusione o inquiete el lector. El contenido del presente artículo no es el argumento de un éxito de ventas en el que, por ejemplo, una compatriota nuestra insatisfecha de su relación conyugal con un marido mediocre y austero cae perdidamente enamorada de un apuesto guía local que a la postre la engaña, resulta ser un traficante de drogas y laempuja a un final trágico de una Emma Bovary o Karenina de pacotilla. No, la pasión a la que me refiero es por un país y más concretamente una ciudad adonde viajé bisoño en noviembre de 1968 y que he visitado desde entonces una docena de veces, ciudad en donde forjé mi experiencia de rompesuelas urbano después de patearla a mis anchas y establecer con ella una relación de inmediatez afectiva difícilde razonar: hormiguero humano abrumador e incentivo, brutal y hospitalario, en el que los términos opuestos se aúnan y cuyos acontecimientos que lo sacuden desde mi última estancia, tras la caída de Mubarak, contemplo en la pantalla del televisor.
El Cairo es para mí una superposición de planos distintos: las salas siempre fascinantes del Museo Egipcio; el perímetro que se extiende desde Tahrira Ezbekía; el trayecto sinuoso de Bab Futuh a Al Ghuri; el Jan Jalili, en uno de cuyos cafés divisé a Naguib Mahfuz, pero no quise importunarle; la cornisa del Nilo y Zamalek; la extensión sin fin de Imbaba; la Ciudad de los Muertos, al pie de la fortaleza de Muqatamm, en la que pasé la noche en un mausoleo cercano al del imán Shafii y al de los califas abasíes…
2) En mi primera cala en sulaberinto urbano me alojé en el Continental Savoy (hoy desaparecido), frente al teatro de la antigua Ópera (que ardería años después) y al parque de Ezbekía, con la multitud festiva que discurría entre los quioscos de refrescos y vendedores ambulantes. El hotel tenía unas habitaciones inmensas con ventiladores que no funcionaban y unos pasillos larguísimos por los que siempre vagaba algún sirvientenubio con turbante y galabía inmaculadamente blancos.
Plano en mano, tomaba por Adly Pachá hasta la gran sinagoga custodiada por la policía, y, desde allí, por Talat Harb, hasta El Cairo internacional de la primera mitad del siglo XX: el de los cafés restaurantes como Riche y Estoril, frecuentados por los intelectuales y en donde los camareros atendían en francés a los extranjeros y los clientesleían Le progrès Égyptien. Este triángulo formado por Adly Pachá, Talat Harb y Ksar el Nil fue mi querencia en el curso de los siguientes viajes, cuando pasé a alojarme en los años setenta y ochenta en el hotel Cosmopolitan, con su viejo bar inglés y sus líneas telefónicas imposibles.
Año tras año, verificaba su decadencia y extinción de la clientela tradicional. La caída de la monarquía, lanacionalización del Canal de Suez, el descalabro brutal de la Guerra de los Seis Días, marcaron el fin de una época. En mi última visita a El Cairo, después de un diálogo público con Alaa al Aswany en el Instituto Cervantes, uno de mis acompañantes me mostró el edificio Yacobián que protagonizó su novela. Aunque decrépito, seguía en pie. A un centenar de metros de allí, la terraza del Riche en donde unnubio enturbantado alejaba antaño suavemente, con una vara, los gatos que asediaban las mesas de la clientela (pero sin expulsarlos jamás pues su empleo dependía precisamente de su intrusiva presencia) había cerrado y solo un puñado de nostálgicos tomaba café en el interior, en el escenario de su gloria desvanecida.
3) La lectura del espacio de la hoy mundialmente famosa plaza Tahrir resiste a lapluma más avezada a los desafíos de la escritura. Polígono irregular en el que confluyen ríos de automóviles desde todo el ámbito urbano, es célebre por sus ruidosos atascos y por la muchedumbre que se cuela entre ellos y cubre sus vastas aceras y archipiélagos peatonales en medio del tráfico. Allí, “en las entrañas de la vida en creación y movimiento” (cito aún a Élie Faure) en donde vibra el...
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