Piñata vacía

piñata
vacía

Al recuerdo de mi padre, tan claro y cercano como el primer día.

Las tardes en que llegaba tenían sabores y olores especiales, o debían tenerlos, porque a fuerza de no haberse repetido en los últimos 10 años, el recuerdo de aquellos días se me antoja algo lejano. Eran sabores y olores de infancia, de mi infancia, esa misma que hoy me he dado cuenta que se llevo conél…

El día no apuntaba por la mañana la importancia que realmente alcanzaría al llegar la tarde. Un quinto cumpleaños no lo recuerda ni siquiera quién apaga las velas y sin embargo para un mero invitado, medio colado a la celebración, puede llegar a ser un momento importante con la ayuda de una coincidencia de fechas, las miradas puras, sin vicios, de un puñado de niñas de entre 5 y 8años y un estado de ánimo sensible y en su sitio por primera vez en mucho tiempo.

Mientras conducía hacia San Fernando pensaba en la cantidad de tiempo que hacía desde que se fue. En ninguno de los anteriores aniversarios me había parado a sopesar aquello. En ese momento, me pareció que hubiera pasado una eternidad. Con las manos en el volante y aquellas gotas de lluvia salpicando la lunadelantera del coche, empecé a repasar el último día que pasamos con él. Pocos días recuerdo tan nítidamente como aquel último. Amaneció temprano, entre gritos y aquella última mirada, o anuncio de ausencia, que tuvo a bien en dedicarme. Luego vino la despedida, en la que me debieron caer 15 años de golpe y un buen puñado de kilos de madurez porque la frialdad con la que actué no la recuerdo conanterioridad. Y por fin todo se precipitó en manos de los adultos bajo el protocolo esperado, no sin antes realizar el viaje en coche más angustioso que recuerde, con destino a partirle el alma a mi hermano mediano.

Cuando llegué a casa de Mimi ya me estaban esperando. Cogimos los bocadillos, las patatas fritas, el rosco de bizcocho tradicional en las celebraciones de la familia y la tarta decumpleaños de Elena, los 5 años más dulces que en una niña se puedan juntar. Y desde el momento en que llegamos a la sala del Club Naval y terminamos de preparar la mesa donde tendrían que merendar los enanos, empezó a ocurrir. Parecía un murmuro lejano, una fina niebla. Lo percibí como un estado de comunión con todo lo que encontraba en la sala, que más tarde se extendería también a los niños.Era como si un secreto estuviera empezando a revelarse, la brisa al principio de la tormenta, la chispa que alimenta un tremendo incendio. No se si aquello lo generó algo o alguien, o si se desencadenó porque sí, de forma natural, precisamente aquel día. Fuera como fuere, cumplió su cometido. Llevará firma o no.

Guille y Pedrito eran los únicos niños del cumpleaños por lo que prontoconectaron conmigo. Me basto un poco de batido de chocolate para ganármelos. Las niñas estaban un tanto divididas por los saltos de edad. Estaban el grupo de Elena y el grupo de María, su hermana mayor. Si Elena evoca dulzura nada más verla, la mirada de María es misteriosa y profunda, como si supiera algo que quién se refleja en sus ojos desconoce. Tanto en la merienda como en los juegos posteriorescaí en la cuenta de que me sorprendían muchas de las cosas que veía. Las eternas sonrisas: no había frase, gesto o incluso pensamiento de aquella pandilla que no fuera acompañado de una sonrisa o incluso una carcajada. El desborde de energía: todo lo que hacían, lo hacían con una exagerada pasión. Si corrían, tenían que hacerlo lo más velozmente posible, aún a riesgo de entrar en algún que otroconflicto con la gravedad y exponer alguna rodilla o algún codo a más de un arañazo. Si hablaban, se aseguraban de que se les escuchara con un volumen y una seguridad que daban miedo. Si jugaban, parecía que les fuera la vida en ello, salvarse en el pilla-pilla no era cuestión de quedársela o no en la siguiente partida, era cuestión de vida o muerte. Su bendita inocencia: no sabían lo que es el...