educacion

EL OFICIO DE HISTORIAR Y EL OFICIO DE VIVIR
FERNANDO DEL PASO

Miembro de El Colegio Nacional
Allí están, en vilo, las dos hermanas, vestidas con hábitos de monja, blan­
cos de los pies a la cabeza, albeantes: Armida, de ocho años. Josefina, de
siete, en el día de su primera comunión. Allí también, en vilo, Don Luis
y su esposa, Doña Armida de la Vara. No falta el ilustre abuelo paternode Don Luis, Don Gregorio González, fundador de San José de Gracia,
con una barba larga y blanca, de cuáquero. También los abuelos mater­
nos, Herminia y Bernardo. Y la familia de Don Luis y Doña Armida con
todos sus hijos: Luis, Armida, Josefina, Marcela, Fernán y Martín. Y los
nietos: Rita, Luis, Alejandro, Sofía, Armidita y Marina. Todos en vilo. Es
decir, suspendidos en el recuerdo ycolgados de las paredes de la vieja
casa. Vieja, sí, pero sin ser vetusta, al contrario: remozada siempre por el
cariño y la pintura. Acicalada. Señorial, pero de una señoría modesta
y sin aspavientos. Una casa que alguna vez no tuvo número, en una calle
que no tenía nombre, en un lugar de Michoacán que, habiendo sido una
comunidad durante varios siglos, se volvió de pueblo de repente y fuebautizado, ése sí, con un nombre que le dio la gracia: San José. Lo de
"Gracia", como nos cuenta don Luis, alguien se lo endilgó, así nomás.
Ese pueblo, nos dice el escritor francés Jean-Marie Le Clézio, en el
prólogo de una de las muchas ediciones de Pueblo en vilo, está situado
"en una meseta ceñida de silencio por las olas lentas de la montaña, que
la vuelven isla"... "Cuando uno ve San José deGracia por primera vez,
esto es lo que de entrada sorprende... Pueblo en pendiente, en el que
todas las calles suben hacia el espacio. Uno es vecino de las nubes...
O bien, por el contrario, todo está aquí más cerca del azul, más cerca del
cielo".
Fue en un día así, del mes de enero de este año del 2005 que Armida
González de la Vara, hija de Don Luis, nos llevó a conocer, a mi esposa y
amí, San José de Gracia: un día lleno de luz, fresco, sin llegar a ser frío.
Uno de esos días en los que San José estrena cielo azul. Viajamos desde
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El maestro Fernando del Paso, Miembro de El Colegio Nacional, ofreció una expo­
sición amplia y profunda, interesante y amena, de la vida y obra de don Luis
González y González, fallecido el 13 d e d i c i e m b r e de 2003.

Guadalajara,por la orilla del lago de Chápala. El tiempo, apenas si pro­
metía un poco de sol: el confín del lago y la frontera de una delgada
neblina, se hermanaban en un solo horizonte. Pasamos por Jocotepec,
San Luis Soyatlán, Tuxcueca, El bosque de La Llorona, y no muy lejos de
Mazamitla, el pueblo tantos años rival de San José. Rivales son los pue­
blos, nos dice Don Luis, a los que separa un río,según una de esas eti­
mologías que parecen inventadas para darnos gusto.
El viaje nos llevó unas dos horas y pico. Nos contaba Armida que antes,
cuando Don Luis era joven y buen jinete, para llegar de San José a Gua­
dalajara, había que irse a caballo hasta Tizapán, y de allí embarcarse en
Chápala en un vaporcito, para tomar después un tren a la ciudad tapatía.
Fue una pena que Don Luis nonos estuviera esperando. Lo hacía siem­
pre con las puertas y los brazos abiertos. Recibía a todo aquel que quisiera
verlo. Le gustaba tener grandes mesas, largas sobremesas y, siempre que
era posible, tertulias que no se apagaban con la luz del día. Y cuando la
mesa quedaba corta para los invitados, largo y generoso Don Luis se los
llevaba a todos al restaurante. Hospitalario y siempreafable, Don Luis,
como historiador, estaba poseído por el instinto de la conversación. Sabía,
por lo mismo, no sólo hablar: también escuchar. El historiador tiene que
desarrollar todos sus sentidos: un olfato, fino por ejemplo, para oler lo
que de podrido puede haber, no sólo en Dinamarca, sino en la historia
patria. Y aguzar el oído para saber escuchar los latidos de la historia, y las...