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Páginas: 13 (3044 palabras) Publicado: 18 de agosto de 2013
EL FUMADOR DE PIPA
Martin Armstrong

Por lo general no me importa caminar bajo la lluvia, pero en aquella ocasión la lluvia era torrencial y aún tenía diez millas que recorrer. Por eso me detuve ante la primera casa, más o menos a una milla del pueblo siguiente, y miré por encima de la canela del jardín. La casa no tenía un aspecto muy prometedor, pues vi en seguida que estaba vacía. Todaslas ventanas estaban cerradas, y no había una sola con persianas ni visillos. Por una de ellas, del piso bajo, vi paredes desnudas, la desnuda repisa de una chimenea y una parrilla vacía. También el jardín estaba descuidado, los lechos de flores llenos de hierbas; apenas se lo habría reconocido como tal jardín de no ser por la cerca, los vestigios de senderos rectos y los arbustos de lilas queestaban en plena flor y que regaban de agua la hierba cada vez que el viento los sacudía.
Es fácil imaginar, pues, que me sorprendiera cuando un hombre salió de entre las lilas y vino hacia mí lentamente por el sendero. Lo sorprendente no era sólo que estuviera allí, sino que paseaba por allí sin objeto, con la cabeza descubierta y sin impermeable, bajo aquella lluvia que empapaba y calaba. Era unhombre más bien gordo y vestido de clérigo, canoso, calvo, bien afeitado, con el aspecto engreído de intensidad excesiva que ve uno en los retratos de William Blake. Advertí en seguida cómo los brazos le colgaban desmayadamente junto a los costados. Sus ropas y ––lo que lo hacía aún más extraño–– su cara estaban chorreando agua. No parecía notar en absoluto la lluvia. Pero yo sí. Estaba empezando acorrerme por el pelo y a bajarme por el cuello, y dije:
––Usted perdone, señor, pero ¿puedo pasar a guarecerme?
Se sobresaltó y alzó unos ojos desconcertados que se encontraron con los míos.
––¿Guarecerse?––dijo.
––Sí ––respondí yo––, de la lluvia.
––Ah, de la lluvia. Sí señor, no faltaría más. Hágame el favor de pasar.
Abrí la cancela del jardín y lo seguí por un sendero hacia la puertaprincipal, donde él se hizo a un lado con una leve inclinación para dejarme pasar primero.
––Me temo que no lo encontrará muy acogedor ––dijo cuando estábamos ya en la entrada––. No obstante, pase usted, señor; aquí dentro, la primera puerta a la izquierda.
La habitación, que era amplia y con un ventanal saledizo dividido en cinco vidrieras, estaba vacía, con la excepción de una mesa y un banco demadera de pino y una mesa más pequeña en un rincón cerca de la puerta y sobre la que había una lámpara no encendida.
––Hágame el favor de sentarse, señor ––dijo, señalando el banco con otra leve inclinación. Había una cortesía anticuada en sus modales y en su manera de hablar. Él no se sentó, sino que dio unos pasos hasta el ventanal y se quedó de pe, mirando el jardín chorreante, los brazos aúncolgándole ociosamente junto a los costados.
––Por lo visto, a usted no le importa la lluvia tanto como a mí, señor ––dije, tratando de ser amable.
Se dio la vuelta y tuve la impresión de que no podía volver la cabeza y de que por eso tenía que volver el cuerpo entero para mirarme.
—¡No, oh, no! ––respondió––. En absoluto De hecho no había reparado en ella hasta que usted me la hizo notar.––Pero debe de estar usted muy mojado ––dije yo––. ¿No sería más prudente que se cambiara?
–– ¿Qué me cambiara? ––su absorta mirada se hizo inquisitiva y suspicaz ante la pregunta.
––Que se cambiara de ropa, la mojada.
—¿Que me cambiara de ropa? ––dijo––. ¡Oh, no! ¡Oh, por Dios, no, señor! Si está mojada, sin duda se secará a su hora. Entiendo que aquí dentro no llueve, ¿verdad?
Le mire a la cara.Realmente estaba pidiendo información al respecto.
––No ––respondí––, aquí dentro no llueve, gracias a Dios.
––Me temo que no puedo ofrecerle nada ––dijo cortésmente––, Viene una mujer del pueblo por la mañana y a media tarde, pero entretanto no tengo ninguna ayuda ––abrió y cerró sus manos colgantes––. A menos ––añadió–– que quiera usted pasar a la cocina y hacerse una taza de té, si...
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