Lengua
HÉCTOR TIZÓN
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FUEGO EN CASABINDO
Diseño de cubierta: Mario Blanco / María Inés Linares
Diseño de interior: Orestes Pantelides
© Héctor Tizón, 1972
© De esta edición, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C., 2001
Independencia 1668, 1100 Buenos Aires
Edición especial para La Nación
ISBN 950-49-0873-X
Hecho el depósito que prevéla ley 11.723 Impreso en la Argentina
Esta edición se terminó de imprimir en:
New Press Grupo Impresor S.A.,
Paraguay 264, Avellaneda, provincia de Buenos Aires,
en el mes de diciembre de 2001.
ANTICLEA: ¡Ay de mí, hijo mío, el más desgraciado de todos los hombres! No te engaña Persefonea, hija de Zeus, sino que ésta es la condición de los mortales cuando fallecen: los nervios yano mantienen unidos la carne y los huesos, pues los consume la viva fuerza de las ardientes llamas tan pronto como la vida desampara la blanca osamenta; y el alma se va volando, como un sueño. Mas procura volver lo antes posible a la luz y llévate sabidas todas estas cosas para que luego las refieras a tu consorte.
Homero, Odisea, Canto Undécimo, 216.
Aquí la tierra es dura y estéril; elcielo está más cerca que en ninguna otra parte y es azul y vacío. No llueve, pero cuando el cielo ruge su voz es aterradora, implacable, colérica. Sobre esta tierra, en donde es penoso respirar, la gente depende de muchos dioses. Ya no hay aquí hombres extraordinarios y seguramente no los habrá jamás. Ahora uno se parece a otro como dos hojas de un mismo árbol y el paisaje es igual al hombre.Todo se confunde y va muriendo.
[Imagen 01]
Los que escucharon hablar a los más viejos, dicen que no siempre reinaron la oscuridad y la pobreza, que hubieron aquí grandes señores, hombres sabios que hablaban con elocuencia, mujeres que parían hijos de ánimo esforzado, orfebres de la madera, de la arcilla y de los metales de paz y de guerra, músicos, pastores de grandes majadas y sacerdotesque sabían conjurar los excesos divinos, gente que edificaba sus casas con piedra. Pero eso ocurrió en otros tiempos, antes de que el Diablo, al arribo de los invasores, desguarneciera la puna arreando a este pueblo hacia los valles y llanuras bajas, donde crece el bosque.
La última batalla —por el dominio de estos páramos— quizá fuera consecuencia de aquel vago recuerdo de grandeza. Pero, detodos modos, de este combate nada quedó. Salvo unos cantares y muchos muertos, algunos de cuyos cuerpos errantes fueron encontrados luego, lejos del campo de la lucha. Cuentan que a uno de éstos, un niño halló en un zanjón, mientras jugaba. Al cadáver le faltaba un ojo; por lo demás, aunque muerto hacía muchos días, parecía tranquilo, sin las rigideces que al cuerpo deja el alma que lo abandonade golpe y huye antes de que se corrompa, sin tiempo para despedirse, sin haber sido enterrado ni llorado.
La vieja sintió que el sol había llegado a su puerta. Alcanzó a distinguir aquella luz sobre el suelo por contraste con esta nubosidad oscura del interior. Se quedó entonces unos momentos mirando esa luz y le entraron ganas de ir hacia afuera; primero lo pensó y luego trató deincorporarse. Sus años —tal vez ochenta, o ciento, quién sabe— le habían matado los reflejos. Ya no podía acostarse, o ponerse en pie o empezar a caminar sin antes pensarlo largamente y con el pensamiento y las ganas dar órdenes al cuerpo. La vieja movía sus mandíbulas baldías con un movimiento casi rítmico, como si mascara comida, pero no era comida lo que mascaba sino palabras, palabras que revolvíaen su boca, las hacía bolas, sin poder convertirlas en sonidos. Se había pasado la noche en vela, sentada junto al lacrimoso fuego, ya casi muerto al amanecer, hurgando las cenizas calientes entre las conchanas, con su bastón de rama de chaguaral que vaya a saber cómo vino a ella para rodrigarla. Por fin de su boca, que era como un tajito hundido oscuro y sucio, salió un sonido, algo así como...
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